Por Felipe Mendez Ortiz
“Carlos: ...y si cruzamos el Ranco completo y terminamos en el mar?
Felipe: La idea extravagante que tengo es salir del Maihue...
Carlos: ok, Travesía Cordillera Mar 2011
Felipe: Así es...
Carlos: Pongámosle fecha”
Este extracto de un chat del 24 de noviembre de 2010 marca el comienzo, el minuto cero, el nacimiento de una idea que parecía loca pero que con el pasar de los días y las reuniones, fue tomando forma hasta que finalmente se hizo realidad bajo el nombre de Travesía Bicentenario.
200 kilómetros recorridos en 5 días a bordo de nuestros kayaks, que unirían nuestra Cordillera de los Andes con el Océano Pacífico.
Nuestro equipo se componía de tres kayaks, dos sit on top dobles y uno de travesía individual. Eso, más 190 kilos de carga en los que se incluía alimento, radios, GPS, luces de emergencia, carpas, sacos de dormir, ropa seca, cámaras fotográficas, botiquín, cordines, equipo de buceo, cañas de pescar, remos de emergencia y creo que muchas otras se me quedan en el tintero. El tema era realizar una travesía totalmente autónoma.
Después de dos meses de planificación, entrevistar gente, reconocer partes de la ruta, revisar mapas y un sin fin de cosas más, partimos el sábado 15 de enero de 2011 rumbo al Lago Maihue, enclavado en plena Cordillera de los Andes, en la Región de Los Ríos.
Llegamos en la noche al sector Hueinahue -a 170 kilómetros de Osorno-, descargamos los kayaks, armamos las carpas y nos pusimos en actitud de hombres de travesía: sacamos la carne y comenzamos el asado que planeamos hacer antes de partir. Con la lluvia de esa noche la carne quedó bien dura, pero daba lo mismo, estábamos felices.
Día 01: Ingrato Lago Maihue
El plan indicaba que debíamos levantarnos el domingo 16 a las 4:30 a.m. para preparar los kayaks, comer y partir remando a las 6:00 a.m.
Con todo el ánimo, despertamos pasadas las 4 y quedamos atónitos al ver la impresionante tormenta eléctrica que estaba justo sobre nuestras cabezas. Días antes de salir sabíamos que el mal clima era una posibilidad pero, ¿tormenta eléctrica?
De una carpa a otra gritábamos para escucharnos:
-Qué hacemos!?!?!
-Esperemos un rato a que pase!! -dije-
Aun no partíamos y ya corría peligro nuestra travesía. El lago era una bestia y nada podíamos hacer sino esperar. Rara sensación en ese momento, todo listo y dispuesto en el punto de partida, tanto tiempo de preparación y estábamos atados de pies y manos.
A las 7 de la mañana paró la lluvia y salimos disparados de nuestras carpas. Preparamos nuestras raciones de desayuno, guardamos la ropa seca (uno de los tesoros que llevábamos), nos pusimos los trajes, cargamos los kayaks y a la playa.
Obviamente no podía ser tan bella la historia. Cuando los kayaks tocaron el agua, regresó la lluvia y un caballero del sector nos dijo “y van a salir con este lago oiga??”...nos miramos y respondimos todos “ehm....sí” y partimos.
En el papel siempre esta fue la parte más fácil, pero ahora la realidad era distinta, muy distinta. Remar con los kayaks recién cargados, con viento en contra, lluvia y con las olas que tenía el Maihue era un suplicio. En lago calculábamos una velocidad promedio de 4,5 km/hr y con esas condiciones apenas alcanzábamos los 1,6 km/hr. Era como cruzar el lago gateando. Nuevamente surgían íntimas dudas acerca del cumplimiento de la travesía. Con el retraso que llevábamos y avanzando a esa velocidad, no llegaríamos ni al Ranco. Pero no quedaba otra, había que remar.
El color turquesa del lago Maihue fue muy esquivo ese día y es más, cruzar el lago fue un verdadero sacrificio, la lluvia nunca paró y las ráfagas de viento eran insufribles. Era complicado hasta comer la ración de marcha porque si parábamos de remar simplemente retrocedíamos, se giraba el kayak y volverlo a su posición normal era como tratar de mover un tren.
Llegando al último tercio del lago, nos enfrentamos al peor de todos los vientos. Remábamos con todas nuestras fuerzas y no avanzábamos nada. De inmediato decidimos arrancar a la orilla norte del lago, con las olas pegándonos peligrosamente por el costado hasta que encontramos finalmente la calma. Recorrimos ese último tercio por la orilla norte, refugiados del viento, hasta que increíblemente llegamos al final del Maihue.
Ahí nos dimos las primeras felicitaciones, comimos más ración de marcha y descansamos una media hora. No podía ser más porque llevábamos casi 4 horas de retraso -por lo mismo también omitimos el almuerzo-
Luego de la media hora, respiramos hondo y nuevamente a los kayaks! Nos esperaba a unos metros el río Calcurrupe.
Río Calcurrupe: Otro Mundo
Cansados pero con absolutamente todas las ganas, entramos a las aguas del río Calcurrupe. Por supuesto nos invadía una cuota de preocupación/nerviosismo porque ninguno de nosotros había recorrido nunca ese río. Solo sabíamos de él por comentarios y por el Google Earth.
Con un mejor clima, nos lanzamos a la vida y la verdad es que cada metro que recorríamos era un agrado porque el paisaje en esta parte es sencillamente maravilloso. Pero continuaba el nerviosismo. Nunca habíamos enfrentado rápidos con tanta carga en nuestros kayaks. Seguíamos avanzando y nos íbamos encontrando con secciones rápidas del río pero nada de que preocuparse, hasta que nos encontramos con una gran roca que asomaba en la superficie.
Giovanni y yo la pasamos sin problemas pero Pepe y Maestro (José Alberto Soto y José Luis Gallardo) se volcaron y por primera vez nos vimos enfrentados a qué hacer ante un volcamiento con tanta carga. Aparte de los chicos, nada más cayó al agua. Todo iba perfectamente amarrado y solo tuvieron que remolcar nadando su kayak hasta una orilla, cosa que no fue tan dificil porque un remolino los ayudaba a salir. Girar el kayak era un tema si, porque el peso era bastante. Continuamos.
Metros más abajo nos encontramos nuevamente con partes movidas pero superables. El paisaje aumentaba cada vez más en su hermosura, era como estar en un escenario de la película Avatar, un río espectacular, rodeado de montañas recorridas por imponentes cascadas.
Aquí comenzó a despejarse un poco el cielo y entre las nubes entraban rayos de sol que junto a la tenue lluvia de ese momento crearon un inmenso arcoiris que atravesaba el río de lado a lado. Aumentó el viento y su potencia era tal que remar era una acción totalmente fútil, así es que dejábamos que la física haga su trabajo y el río nos llevaba corriente abajo. En su parte final el río ya no presentaba dificultades, por lo tanto nos dedicamos solo a disfrutar del paisaje, relajarnos y a descansar mientras avanzábamos. Cuando pasamos bajo el puente de la carretera que llega a Llifén sentimos alegría porque muchas veces estuvimos sobre él, mirando con ansias y curiosidad el río. Además, nos sentimos famosos porque paró una camioneta a mirarnos pasar. Según nosotros iban a sacar un lienzo apoyando a la Travesía Bicentenario, pero no lo hicieron y lo más probable es que hayan pensado que estábamos locos de remate.
Después de haber remado los 16 kilómetros del río, llegamos al Lago Ranco y acampamos. Con el viento, el lago parecía mar, y si al día siguiente la cosa se mantenía así... no, mejor no pensaríamos en eso.
Dormimos con fe esa noche, fe en que el Lago Ranco, famoso por su historias de traición para con sus navegantes, se portaría bien con nosotros. Habíamos recorrido 34,5 kilómetros.
Día 02:Ranco que te quiero Ranco!
La mañana del Lunes 17, despertamos con un leve y persistente zumbido que con el viento del día anterior no habíamos percibido. Acampamos al lado de una colonia de abejas chaqueta amarilla! y por supuesto nadie quería salir de las carpas. Afortunadamente, luego de que el primer valiente saliera no pasó nada, ya que si no las molestan, ni se inmutan.
Fuimos a ver el lago! Impresionante: el lago Ranco nos recibía esa mañana con los brazos completamente abiertos, casi como premiándonos por el sacrificio del día anterior. Era una verdadera piscina de 27 kilómetros de ancho.
Desayunamos, desarmamos el campamento y partimos nuevamente. El cielo estaba muy nublado, por lo que el riesgo de un cambio repentino en el viento siempre estuvo latente. Pese a aquello nos aventuramos a navegar por la mitad del lago y avanzar de isla en isla.
La primera isla que alcanzamos fue la Isla Llahuapi y paramos a acomodar la carga en una pequeña playita que tiene. Paisaje espectacular. Seguimos avanzando.
Llegamos a la Isla Chenos, siempre pendientes del viento que amenazaba con aparecer pero que brillaba por su ausencia. Hicimos una mini detención (sin bajar de los kayaks) para conversar un poco, estirar los brazos, ración de marcha, hidratación y seguir.
Llegamos luego a la Isla Colcuma, mitad del lago, nuevamente pequeña detención y seguir. Pero aquí debíamos decidir. Entre esta isla y el final del lago había un largo trecho (12 kms) y nos arriesgábamos a ser triturados por un cambio desfavorable en el clima. Optamos por la seguridad, y desde la Isla Colcuma avanzamos hacia el final del lago pero navegando como a 1 kilómetro de la orilla sur del lago, hasta que aproximadamente a las 20:30 horas, llegamos al temido nacimiento del Río Bueno.
Nos bajamos de los kayaks -a solo unos metros del desagüe del lago- y antes de nada partimos a ver cómo el Lago Ranco se transformaba en el Río Bueno. Nuevamente, solo habíamos visto eso en el Google Earth y escuchado historias sobre el nacimiento del Río Bueno y los rápidos que le siguen. Yo fui el tercero en en llegar a verlos y mientras me acercaba y escuchaba el rugir de las aguas veo a Carlos mirándome con una cara de “glup...lo que nos espera...”. Hasta que llegué y vi: creo que quedé con la misma cara de Carlos. Pero creo que nadie nunca dudó en que debíamos seguir... y por ahí. Nos fuimos a meditar, descansar y a compartir. Fue una buena noche. Quedaban aun 3 días y llevábamos 64 kilómetros.
Día 03: Los Rápidos del Río Bueno
Martes 18 de Enero, 7 a.m. El clima ese día amaneció muy muy mal. El Lago Ranco otra vez se había transformado en un mar y debíamos navegarlo unos metros para poder entrar al Río Bueno. Llovía mucho.
Ese día tomamos otra decisión crucial: Carlos no pasaría los rápidos con nosotros, ya que en su kayak de travesía (de 4 metros y medio de largo) sería muy difícil pasar por olas tan grandes y violentas sin que haya un alto riesgo de accidentarse. Buscaríamos a alguien para que transporte a Carlos y su kayak hasta después de los rápidos más grandes para reunirnos con él más abajo. La idea original era que todos rememos hasta Puerto Nuevo (un par de kilómetros más al norte) dejemos a Carlos y los que quedamos, volveríamos hasta el río y comenzaríamos el descenso. Pero el lago estaba tan bravo que de hacer eso perderíamos todo el día, y eso si es que antes no nos volcábamos con toda la carga en pleno lago. Así es que descartamos esa opción y Maestro con Carlos se fueron a pie por los campos hasta que encontraron a un caballero que llevó su camioneta hasta unos metros de donde acampábamos.
Ahí decidimos otra cosa más: en la camioneta además se iría gran parte de nuestro equipo. Así podríamos bajar el río sin peso extra y los kayaks tendrían mayor maniobrabilidad en los rápidos. Dentro de nuestra locura, cordura y responsabilidad.
Ok. 11:30 a.m. Carlos quedó con el caballero mirando como entraríamos al río. Carlos nos grababa. Nosotros -bajo la lluvia- entramos al lago, apuntándole al río pero remando hacia atrás, el lago nos llevaba al río y nosotros remando hacia atrás... la boca seca, el kayak aun en el lago subía y bajaba como en una montaña rusa, harto miedo, hasta que con Giovanni dijimos “ya, vamos!”.
Comenzamos a avanzar, entramos al río -”derecha derecha!! izquierda!! mantenlo ahí!!”- eran los gritos que se escuchaban y que eran las instrucciones para no chocar con las rocas del nacimiento del río, hasta que llegamos a una gran caída de agua en la que el kayak se enterró de punta y salió como por arte de magia un poco más allá. La ola nos giró y quedamos bajando de espalda, mientras veíamos cómo venían detrás Pepe y Maestro. Giramos nuestro kayak y ya habíamos pasado la primera gran barrera!
Carlos grabó eso y se fue. Seguimos río abajo y venía un rápido que -según nosotros- no podía ser mucho peor que lo que acabábamos de pasar. Lo teníamos estudiado (pero en el Google Earh...) y al acercarnos, se nos pasó toda la vida por delante. Las olas que teníamos frente a nosotros eran enormes. Era como estar sentado en el suelo mirando la cabeza a un adulto de casi dos metros. En ese momento todo era solo gritos -“ADELANTE!!!!! REMA!!!!!”-. Pasamos la primera ola, y mientras íbamos pasando la segunda, otra ola desde un costado nos tiró hacia la derecha y nos volcamos. Instantáneamente nos tomamos del kayak volcado mientras las demás olas nos golpeaban y llegamos hasta un remolino, donde pudimos bracear y llevar el kayak hasta la orilla. Ahí nos dimos cuenta de que los chicos también se había volcado, pero según cuentan, su kayak doble se volteó hacia atrás. Cuando nos juntamos, Pepe levantó su remo y nos sorprendimos al verlo quebrado en dos partes. Pero eso no nos amilanó, le entregamos un remo de emergencia que llevábamos y seguimos por más rápidos! Más adelante nuevamente volcamos, pero esta vez no fue una ola sino que un remolino muy potente que nos volcó como si fuéramos una cajita de fósforos. En esa parte el río junta todo su caudal en un espacio de no más de 5 metros de ancho y avanzaba como una locomotora entre dos murallones de 50 metros de alto.
Luego de eso venían unos kilómetros de calma pero en los cuales nos cubrió la lluvia más fuerte que he sentido en toda mi vida. Pasamos el balseo de Puerto Lapi y sabíamos que luego de tres curvas, venían los últimos tres rápidos grandes: el Nilivilo (difícil), las Cabras (entretenido) y la Sierra (nos volcamos).
La Sierra es una sección del río que está atravesada de lado a lado por enormes rocas en hilera cubiertas de agua y que termina en una caída bastante violenta. Para pasarla sin problemas había que tomar el lado izquierdo, pero cuando llegamos, solo vimos una enorme mancha blanca que ocupaba todo el río. El río nos llevó por la derecha y nuestro kayak se montó y comenzó casi a escalar una de las rocas y caimos al agua con Giovanni. Ahora alcanzamos a poner el kayak en su posición normal, mas no a subirnos en él, así es que pasamos La Sierra bajo el agua y, según cuenta Maestro y Pepe -que no se volcaron-, nos vieron desaparecer bajo el agua y aparecer unos metros más allá.
Luego de La Sierra venía la Junta Ignao, lugar donde se une el río Ignao con el Bueno. Sabíamos que Carlos debería estar en algún lugar por ahí cerca. Comencé a tocar el pito del salvavidas y los chicos a gritar, pero no había respuesta. Cuando íbamos llegando al río Ignao, vimos el kayak de Carlos en una orilla, y más atrás lo vimos a él junto con todo nuestro equipaje. Nosotros felices, pero Carlos no esbozaba sonrisa, y nos contó por qué.
La lluvia era torrencial. El caballero de la camioneta dejó a Carlos con su kayak y toda la carga nuestra “a 300 metros del río” y se fue. Lo que no le dijo que era que “el río” era el río Ignao y que para llegar a él había saltar trancas y bajar un cerro con acantilados y que además, para llegar al Río Bueno tendría que recorrer 200 metros más por el río Ignao hasta llegar a la Junta. Así es que no le quedó otra que cargar todo solo y llegar como fuese al Río Bueno. Cuando nosotros llegamos y vimos su kayak, él recién había llegado. Estaba totalmente empapado y emocionado de vernos con vida. Había construido una balsa con las 9 bolsas secas (de 60 litros cada una) que llevamos, ya que era la única forma de llevar todo de manera rápida por el río Ignao. A este episodio lo llamamos “El Milagro de Ignao” y no es para menos, ya que si Carlos no llega y nosotros seguimos río abajo, fin de la travesía.
Gracias a Dios, nos encontramos. Cargamos todo nuevamente y seguimos camino. Más abajo venían olas bastante grandes, que tuvimos que pasar con toda la carga, afortunadamente no tuvimos inconvenientes y continuamos río abajo. Como a las 20:30 pasamos por la ciudad de Río Bueno y unos minutos más tarde bajo el puente de la Ruta 5. Debíamos recuperar terreno porque llevábamos bastante atraso así es decidimos que teníamos que hacer una inversión y nos dispusimos como meta terminar el día en Puerto Trumao. Mientras remábamos ya llegaba la noche y la luna comenzaba a iluminar nuestro camino. Llegó un momento en que ya casi no veíamos nada, eran cerca de las 11 de la noche y los kayaks tocaban el fondo en los arenales que tiene el río cerca de Trumao. Volcarse en el río, de noche, cargados y cansados, era lo último que queríamos. Así es que comenzamos a buscar cualquier lugar para detenernos y acampar. La mayoría de los lugares solo eran barriales hasta que de pronto una mini playa, que aunque era de piedras, nos salvó. Era la desembocadura del Río Llollelhue, río que pasa por la ciudad de La Unión.
Ahí rápidamente armamos las carpas, nos pusimos ropa seca, comimos y a dormir. Ese día remamos más que nunca en nuestra historia kayakista, más de 60 kilómetros. A esas alturas llevábamos casi 130 kilómetros recorridos.
Día 04: Trumao - Las Cruces
Miércoles 19 de Enero, 8 a.m. Una bella neblina cubría el río en la mañana. Nada de viento, incluso sol. Nos levantamos con ánimo porque el sacrificio del día anterior nos había hecho recuperar algo de tiempo perdido.
Partimos y en casi una hora estábamos en Trumao. Ahí nos detuvimos en lo que sería una de las paradas más reponedoras de toda la travesía. Hubo sol, secamos nuestras ropas, comimos y descansamos bien.
Cerca de las 14:00 hrs, seguimos camino y al cabo de solo unos minutos nos tuvimos que enfrentar a un fuerte viento en contra (de travesía) que nos asedió por horas. Ya faltaba menos pero en esas condiciones no era sostenible ninguna travesía y ya el físico no era el del primer día.
Ese día remamos hasta las 21:15 y solo hicimos dos detenciones. Una por una emergencia “bionatural” y la otra porque a esas alturas estaban apareciendo fuertes signos de desgaste físico. Hombros, codos, muñecas y espalda debían descansar pero no había tiempo para eso así es que el descanso era reemplazado por chapuzones en el río y una buena conversa. Al menos para compensar el terrible viento había un bonito sol que nos animaba y nos daba más fuerza.
Cerca de las 18:00 hrs entramos a la Cordillera de la Costa y el viento disminuyó un poco hasta que terminó por desaparecer. Como a las 20:00 hrs. comenzamos a poner atención buscando alguna playa para terminar de remar, pero solo había ramas y árboles en las orillas. Cero playa. Nos comenzamos a preocupar, hasta que a las 21:15 encontramos la playa Las Cruces. Pequeña pero muy acogedora. Había huellas de visón en la orilla por lo que nos preocupamos de no dejar nada suelto o al alcance del animalejo.
Al cabo de unos minutos me di cuenta que las huellas que dejé en la orilla al bajar del kayak estaban sumergidas. Enterré una rama de unos 30 cms. en la orilla y al rato ya estaba también sumergida… Problemas… la marea subía demasiado rápido así es que tuvimos que amarrar los kayaks a un árbol y las carpas ponerlas lo más alejadas de la orilla. Esa noche dormimos muy mal porque cada cierto rato nos despertábamos para ver dónde venía el agua, que finalmente llegó bastante cerca de las carpas, pero no ocasionó inconvenientes. Ese Miércoles llegamos a los 173 kilómetros de travesía.
Día 05: Las Cruces – La Barra del Río Bueno
Jueves 20 de Enero, 7 a.m.
El día nos llamaba a remar. El río era un espejo y el paisaje, increíble. Esa mañana elongamos y nos dispusimos a cargar por última vez nuestros kayaks. Las bolsas con comida ya iban más livianas y nuestro agotamiento se compensaba con las ansias y la alegría de tener la meta tan cerca.
Partimos. Relajados pero nunca confiados. En ese lugar el río está casi a 5 m.s.n.m. así es que casi no había corriente y todo hacía prever que sería una feliz jornada final. Sacamos nuestras cañas de pescar, que antes habíamos usado casi nada porque un salmón significaba peso extra y trabajo extra para cocinarlo. Carlos iba adelante y parece que le había tocado la suerte! Sintió un tirón en su caña, pero cuando se dispuso a mirar qué sucedía se encontró no con un salmón sino que con un lobo marino del porte de su propio kayak!. Afortunadamente el lobo no enganchó el anzuelo y Carlos pudo recoger rápidamente. De ahí en adelante nos fuimos bien juntos para evitar que algún lobo cause estragos en alguno de nuestros kayaks. Faltaban muy pocos kilómetros para la meta y nuevamente llegó el viento y junto con eso, los tábanos. El GPS mostraba que estábamos cerca de la meta pero no avanzábamos mucho.
El río tenía un ancho de aproximadamente 600 metros y no había lugar como para refugiarse del viento hasta que finalmente cerca de las 15:15 horas, giramos en la última curva y al fin, el Océano Pacífico reventando en el horizonte.
En ese momento nos embargó una emoción indescriptible y comenzamos a remar con todas nuestras fuerzas para llegar a la meta. Mirábamos hacia atrás y era casi increíble ver todo lo que habíamos logrado.
Nuestros kayaks tocaron el fondo por última vez a las 15:30 de ese día. Bajamos, nos abrazamos, gritamos y abrimos la botella de champaña que llevamos junto a nosotros durante esos 5 extenuantes días y más de 200 kilómetros de recorrido. La Travesía Bicentenario ya no era más un sueño. Ahora era una realidad que quedará en la historia de nuestro país. Lo hicimos.
Ese día recorrimos la Barra del Río Bueno, acampamos en un lugar muy agradable, comimos y descansamos mucho. Al día siguiente, una lancha fue por nosotros y en un viaje de 6 horas de retorno, nos condujo hasta Trumao, donde nos esperaban para ir a casa. La Travesía Bicentenario, una de las mayores experiencias de nuestras vidas, había terminado.
REC: Integrantes
Kayak de Travesía Individual-Carlos Armijo
Kayak Sit on Top Doble color amarillo
-adelante, Giovanni Guzmán
-atrás, Felipe Méndez Ortiz
Kayak Sit on Top Doble color naranjo
-adelante, José Luis Gallardo (Maestro)
-atrás, José Alberto Soto (Pepe)
Resumen en www.youtube.com: “Travesía Bicentenario: de Cordillera a Mar”
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